miércoles, febrero 27, 2019

Trabajos.


Estoy en la clínica esperando por una radiografía. La sala en la que estoy tiene unas 15 sillas, una maquinita de café y una recepción pequeña. Hay una señora que al parecer es enfermera que su trabajo es el siguiente: al lado de la recepción hay una máquina que da los turnos. La señora está justo al frente de la pantalla impidiendo el acceso de cualquiera que quiera manipularla y le pregunta a la gente que se acerca qué quiere. Todos le han respondido que tienen una cita para radiografía. La señora se voltea muy seria y oprime dos veces la pantalla de la máquina donde dice "si usted tiene una cita para radiografía presione aquí", la máquina escupe un papelito con un número mientras que justo arriba tiene una pantalla gigante.
 La enfermera le explica a la gente que cuando el número de la pantalla coincida con el número de su papel es momento de acercarse a la recepción para que ellos reciban sus documentos. 

Mientras atiende a un señor que acaba de llegar, aparece un nuevo número en la pantalla: C100 - Caja 2. La señora entonces aparta a la persona que está al frente suyo y con una voz que claramente cambia a un tono mas "aeropuerto", pega un alarido en la sala que asusta a los diez pacientes que esperan su turno: ¡Turno C100 por favor dirigirse a la caja dos! ¡Turno C100...! (Pausa). ¡Por favor dirigirse a la caja dos! Y sonríe. Da un paso atrás y vuelve con el señor que espera su turno.

miércoles, marzo 04, 2015

Anoche

Al fin! He vuelto! Siento la brisa tibia en mi cara. Con los lentes de sol miro hacia el horizonte, qué lindo que es Buenos Aires, con sus canales y sus góndolas, el sol VanGoghesco al fondo, naranja y amarillo, calentando la playa de San Telmo, los pisos adoquinados al frente del malecón, el ruido de los buses y los autos, y las montañas al fondo. He vuelto, y sigue siendo igual a la última vez que vine. Espero a Juanito que sigue en el departamento. Quiero salir ya a caminar por toda la Avenida Santa Fe, siguiendo los pasos de mi yo pasado para confirmar esa teoría antiquísima que dice que ni el Rio de la PLata, ni yo somos los mismos ahora, tantos años después. Juan sale del departamento en el edificio donde siempre ha vivido, ahí al frente del malecón. Tengo que ir a la facu, me dice. Es el bus número quince, o el cincuenta y uno. Mi dislexia numérica no me deja ver bien el número del enorme bus rojo. Me cuenta Juanito que ahora hay más tráfico y que el transporte público es terrible, y me doy cuenta al mirar que en el techo y sobre el parachoques del bus hay gente colgando, cual tren de la India, o tren de Constitución, para ir a la Ciudad Universitaria. Juan espera el bus que viene justo detrás, se sube al parachoques del frente e inclina un poco la cabeza a su izquierda para que el chofer del bus pueda ver. Me saluda con la mano derecha, mientras que con la izquierda se agarra del Logo de VolksWagen enorme que tiene el bus al frente, y se va sonriendo, con lentes de sol, con la brisa del mar en su cara a estudiar. Yo decido que no tomaré ni un bus, ni el subte. Prefiero caminar por la Avenida Santa Fe, siguiendo los pasos de mi yo pasado para confirmar esa teoría antiquísima que dice que ni el Rio de la PLata, ni yo somos los mismos ahora; para ver la gente linda porteña, y los perros que cagan y orinan por todo lado, y los vendedores de flores en cada esquina y los kioscos de revistas que nadie compra. Qué lindo que es volver, qué lindo que es caminar por la Avenida Santa Fe, pero qué pesar, qué tristeza, porque acabo de recordar que Buenos Aires no tiene canales ni góndolas, ni playa, ni malecón al frente del mar. Pronto voy a despertar.

viernes, agosto 29, 2014

Parque Lezama

Parque Lezama. Te amo y te odio con toda mi alma. Me sacas lágrimas de alegría y de dolor cuando te recuerdo. Cuando te huelo en mi pensamiento y mis recuerdos, cuando veo tu verde acartonado y tu calecita moribunda con mis ojos cerrados. Te odio y te maldigo, te amo y te bendigo, siempre todo al mismo tiempo. Mi mezcolanza de sentimientos hacia ti me aturde y me cansa. Me agota. Maldito Parque que me viste llorar, sollozar y desvanecerme en odio. Bendito parque que me acogiste con mate, y cigarrillos, que me abrigaste en tu frío césped mientras mi cabeza se apoyaba en su pierna. Y miraba tus árboles secos, verdes, muertos, estáticos, observadores de mi felicidad, envidiosos de mi cabeza en su pierna. Maldito parque que me juzgaste, me señalaste, me despreciaste, y te burlaste de mi cabeza en su pierna. Ansío verte una vez más y maldeciré el momento en que eso pase. Porque te odio. Porque te amo. Porque nunca podré ser quien era cuando te conocí, y te amo por eso. Y porque nunca podré ser quien era cuando te conocí y te odio por eso. Ya está, no más. No te quiero pensar más.

jueves, marzo 10, 2011

La raza negra argentina

Desde que llegué a Buenos Aires en febrero de 2007 siempre me pregunté cómo podía ser que hubiera tan poco afrodescendiente en una ciudad tan culturalmente diversa. También supe después que en el pasado, gran cantidad del comercio en el cono sur se hacía a partir del Puerto de Buenos Aires, uno de los más importantes en la época colonial; de esto deduzco que el comercio de negros esclavos también se hacía en Buenos Aires, así como ocurría en Cartagena de Indias al norte de Colombia, donde actualmente la raza predominante es la negra. Si esto es así, entonces, ¿Qué pasó con la raza negra en la Argentina?.
De la actual población, se estima que un 2% o 3% tiene ascendencia africana, cuando en la época colonial consituían casi una tercera parte de la población.
"La desaparición de los negros de la escena argentina ha intrigado mucho más a los demógrafos que la desaparición de los indios." describe un tal señor James Scobie según Lanata.
Jorge Lanata, en su libro "Argentinos, Quinientos años entre el cielo y el infierno" da como posibles causas tres teorías:
1. La masiva participación de la raza negra en la primera línea de combate en las guerras de independencia, en los enfrentamientos contra Brasil y Paraguay y en las guerras civiles, ya que según la ley, los esclavos que prestaran un servicio a la patria serían dejados en libertad (también anota que de los 688 negros que defendieron a Buenos Aires en las invasiones inglesas, el Cabildo otorgó libertad a 22). de ahi que más de una tercera parte del Leal Ejercito de Infantería de San Martin fuera de negros. Casi la mitad del Ejercito que sitió Montevideo encabezado por el General Rondeau, era afroamericano.
2. El mestizaje, suponiéndose que las mujeres de raza negra buscaban hombres blancos para que su linaje pudiera obtener una mayor movilidad social.
3. La alta tasa de mortalidad.


Uno de los primeros depósitos de negros en Buenos Aires, donde se "clasificaban y contaban cabezas", se encontraba a menos de dos cuadras de mi última casa en Buenos Aires: El parque Lezama, en San Telmo, donde se medían y se determinaban posibles fallas en los esclavos: raquitismo, deformaciones, pérdida de miembros o si eran muy jóvenes o viejos para trabajar, para luego proceder con el "marcado" hecho en el pecho o en la espalda, como se marca el ganado en el campo.
Los negros tenían prohíbida cualquier participación política así hubieran ganado su libertad y en las escuelas no eran bienvenidos. Negros y mulatos eran castigados si se les encontraba leyendo o escribiendo.
Ya después de abolida la esclavitud en la República Argentina, los hombres y mujeres de raza negra, ahora libres seguían estando en el sótano de la pirámide social, muchos volvían a servir a sus antiguos amos ya que no encontraban nada más qué hacer.
Las primeras "colonias" negras en Buenos Aires se formaron en el barrio de San Telmo y Monserrat, por las calles Independencia, Chile y México, donde se dividían según el lugar africano de donde provenían. Aún mucho después de que el hombre afroamericano fuera una persona libre, se le prohibió bailar en las calles (1822), también se prohibieron los batuques y candombes tres años después. Clandestinamente bailaban en los llamados "quilombos" que muchos años después surgieron como un lugar popular y demandado por gran parte de la población porteña.
Para después de 1853, la población negra "misteriosamente" había descendido a un 2.5%. Bueno, algo aprendí, aunque mi duda no fue del todo resuelta. Si esa misteriosa desaparición no hubiera ocurrido, si tanto italiano y español no hubiera inmigrado un siglo después, seguramente Buenos Aires sería otro Cartagena de Indias.
Pd: Gracias Sebas por el libro.

Fuente: "argentinos: Quinientos años entre el cielo y el infierno" de Jorge Lanata

miércoles, enero 26, 2011

Una respuesta inolvidable

-Pero contame, te pasó algo o es por lo que me dijiste hoy que estuviste triste?

-No me pasó nada. Solo que quiero estar contigo ya. Quiero darte besos, quiero acariciarte la cara, tocar tu pelo, darte la mano, hacerte cosquillas y que me odies por eso, quiero que me compres Gatorade y me hagas sopa un sábado a las 12 del mediodía con mucho guayabo, quiero acostarme en tu pecho y que me abraces mientras tanto, quiero hacer cucharita y cagarme de calor al lado tuyo en nuestra cama, quiero tener conversaciones banales y conversaciones interesantes mientras miramos hacia arriba buscando el edificio o casa de nuestros sueños, quiero discutir por cosas tontas para poder después reconciliarnos con un beso, quiero ver youtube y series online a tu lado, quiero terminar de ver avatar contigo y mirarte durante un segundo para entender qué piensas mientras miras la pantalla. Quiero bañarme contigo y que me eches champú y jabón y yo hacer lo mismo y secarnos mutuamente y después acostarnos desnudos y hablar un poco mas. Quiero todo eso.

Extraño todo lo que hacíamos y eramos el año pasado. Por eso estuve triste. Pero con saber que me amas y que nos veremos pronto ya estoy mejor. Te adoro.

martes, febrero 23, 2010

Sonrisas

Su sonrisa. No. Su sonrisa no, porque no es sólo una. Son sus sonrisas. Definitivamente si tuviera que buscar algo único en él, que sea distinto, que me sorprenda y me fascine, serían sus sonrisas. Su sonrisa pícara cuando me mira de modo lujurioso o cuando acerca su mano a la mía cuando caminamos por la calle y la rosa por solo un momento, casi instantáneo y yo miro hacia atrás para ver que nadie vio semejante ofensa al status quo que sólo yo retengo en mi cabeza y lo miro sorprendido como preguntándole por qué lo hizo y me mira y sonríe porque le divierte verme nervioso y mira hacia delante ahora con su sonrisa de orgullo, porque sé que le gusta cuando yo soy el que me porto como niño y él como adulto. Y sonríe como diciendo “pobre infante” y yo lo quiero matar, pero no del todo porque termino sonriendo con él. Porque me gusta verlo sonreír.

La sonrisa mas divertida obviamente es la de diversión, cuando algo le divierte lo suficiente como para no solo sonreír con sus labios sino con sus dientes también pero no tanto como para reírse, entonces cierra los ojos mucho y sus mejillas se suben mucho, no sé si él se da cuenta de su sonrisa de diversión, si la hace a propósito, pero le sale perfecta. Su sonrisa de diversión casi siempre le sale cuando yo me golpeo o me asusto, porque no quiere reírse en mi cara pero no aguanta tanto como para no sonreír mucho. Ahí también lo quiero matar, y puede que me cueste un tiempo sonreír con él. A veces no lo hago. Porque odio q se rían de mi, o, en este caso, q se sonrían de mi. Pero eso no le quita q sea su sonrisa mas divertida.

Me gusta la sonrisa del te quiero del te amo del me importas me gustas la sonrisa del te quiero acariciar la cara, esa es mi favorita porque sé que es exclusiva para mi. Me gusta aún mas cuando esta sonrisa en verdad se combina con su mano en mi cara.

Pero lo que mas me sorprende y la que no me puedo quitar de la cabeza cada vez que pienso en su sonrisa, es cuando está dormido. Por ahí dicen que si te gusta como duerme tu pareja, si te quedas mirando a tu pareja cuando duerme y te gusta y te parece tierno, inolvidable es porque estás enamorado. Ahora, todo eso se multiplica cuando él duerme, yo lo miro sólo porque no puedo dormir, porque me tiene apretujado contra la pared y pienso casi con culpa que preferirías dormir solo y de repente miro, y el agarra mi mano, sin abrir los ojos, la pone en su pecho, bosteza y poco a poco sonríe. Sonríe dormido a mi lado, sin saber que yo lo miro y sonrío con él.

martes, mayo 12, 2009

El Premio

Una vez me gané un premio al mejor cuento. Estaba en el colegio, tenía unos nueve o diez años y la profesora minúscula y pelipintada casi oxigenada vestida con jean a la cintura, maquillaje multicolor, pañuelo en la cabeza y todos los demás clichés que se pueda poner una profesora de primaria nos avisó del concurso de cuento infantil que se hacía anualmente en el colegio. Mas de un par de veces mientras nos contaba cómo era la cuestión del concurso me miró directamente a los ojos, y era porque yo era su preferido, o eso creía yo por lo menos. La profesora ya me había dicho que tenía la mejor ortografía y la peor caligrafía del salón si es que no era de todo el tercer grado. El único, junto Jorge Chacón, que escribía en letra despegada en tercer año, porque siempre enseñaban a escribir en esos cuadernos de ferrocarril la letra cursiva que era la letra de los doctores, los abogados o los políticos, en fin, la gente importante, útil y culta del país. Y digo que creía ser su favorito por la ortografía, pero tal vez lo que ella sentía era un poco de predilección y un poco de lástima de que un niño con tan buena ortografía escribiera como un payaso, un dueño de carnicería o un lechero que era la gente no importante e inculta del país. Tal vez me veía como el niño de la telenovela que tenía cara de ternero degollado, que su mamá había muerto quemada en la granja donde ellos dos vivían y el había quedado huérfano y viviendo sólo en la capital, robando y comiendo en la calle, pero que todos sabíamos que era un buen niño de un gran corazón y que al final encontraba a su abuela que era de la crema y nata de la alta sociedad, una vieja con mucha plata pero, como su nieto, de gran corazón y el niño terminaba siendo amado y querido entre millones de pesos y vivía feliz por siempre. Y la profesora Janeth tal vez estaba esperando a que yo, siendo el niño huérfano de caligrafía, pudiera, de todas maneras, ser feliz por siempre, triunfar.

¿Cómo podía yo desaprovechar esa ocasión? Tenía que fajarme con un cuento perfecto, prolijo, creativo, imaginativo, vivaz, como los que leía yo del pequeño Nicolás o del hombre que tenía la nariz más grande del mundo o del hombre que calculaba o de la ratoncita niña. Pero el cuento no se podía entregar impreso en el WordPerfect de mi IBM con windows 3.1, porque no todos los niños tenían computadores y porque querían que el cuento trayera también ilustraciones hechas por los mismos autores de las pequeñas obras literarias. Así que lo teníamos que entregar a mano, en un formato creativo, y con nuestros propios dibujos.

Aún así gané el Premio. Lo escribí en letra cursiva como los políticos. Busqué un libro que mi mamá me había regalado en Madrid en una tienda donde yo daba los nombres de mi familia y mis amigos, y me entregaban el libro con esos nombres como protagonistas, lo leí de nuevo, y para no quedar muy atrás de los políticos de mi país, lo copié letra por letra. Y para hacerle aún más honor a la gente que escribía letra cursiva, calqué los dibujos que venían en el librito de trece por trece centímetros, con tapa dura color aguamarina y que se titulaba "El planeta de los Dinosaurios". Le puse mi nombre al final y lo entregué, creyendo que haría feliz a mi profesora y hasta ahí llegaría la historia.

Una semana después se reunió todo el colegio San Pedro (primaria no más porque los grandes de bachillerato estaban en otra sede) para la izada de bandera de todos los lunes. Ya casi al final de toda la parafernalia el director/a que ni me acuerdo quien era nos dijo que habían elegido el mejor cuento de todo el colegio para que participara en nombre de éste en el concurso de toda la ciudad y de ahí a nivel nacional. El ganador obviamente fue Jorge Iván Jiménez Almanza del curso tercero A.

Duré con vacío en el estómago durante las siguientes dos semanas, esperando lo peor, terminando en la cárcel para niños, desprestigiando el nombre de mi familia y del colegio, hundido en el desprecio y en la humillación de todos cuando se dieran cuenta de que el niño de la letra despegada había robado el cuento de un libro que le había regalado su mamá y mi mamá no podría verme a la cara y mi papá me desheredaría y todos se burlarían de mi. Pero no. Lo que no les saqué en caligrafía a los políticos, se los saqué en suerte, y tengo el diploma del premio al mejor cuento colgado en mi pared:


a Jorge Iván Jiménez Almanza por el cuento "El planeta de los Dinosaurios"