lunes, febrero 23, 2009




Otra Imagen de Alberto Montt!
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lunes, febrero 16, 2009

El Bus (2)

El día en que Lilia iba a conocer el bus, su papá le compró zapatos de charol. Lilia nunca había tenido zapatos de charol en sus once años de vida, y aunque eran brillantes y bonitos, eran incómodos. Su dedo meñique quedaba apretado al resto de los dedos, asfixiado en el pequeño rincón que su prisión de charol avaramente le había otorgado.

Se puso los zapatos un minuto antes de salir de su casa, cuando ya todos estaban en la puerta y usaban el traje para ir a misa, aunque ese día fuera sábado. No había una sola persona que no estuviera yendo ese día y a esa hora a la plaza central. Era el día de la inauguración del transporte público motorizado en San Antonio, orgullo del departamento y la nación, símbolo de crecimiento, prosperidad y empuje tolimense.

El alcalde y su señora saludaban a la alta alcurnia del pueblo, los grandes hacendados con sus señoras e hijos que hablaban de sus apellidos españoles como si realmente fuera un orgullo tenerlos y reían con burlas y chistes políticos que llegaban de la fría capital. El resto del pueblo se preguntaba lo mismo que Lilia unos días antes. Se preguntaba cómo sería un bus. Se lo imaginó tantas veces, con alas y cañones y plumas y pelo, con hocico y con cola, de color verde, rojo o azul, bizco y hasta ciego. Pero siempre grande. Muy grande.

El hijo del profesor ofreció un pequeño discurso digno del secretario de transporte del municipio e hizo tocar las campanas de la iglesia, se dirigió él mismo a la estación de policía y abrió las puertas del garaje. Desapareció en el fondo y después de un gran estruendo y una humareda, de la oscuridad del garaje apareció una gran caja de lata blanca y roja, con una gran trompa de donde salía un sonido como el de un elefante, pero mucho mas ruidoso e intenso. La gente no habló durante un momento. Todos miraban absortos la lata, esperando algo más. Lilia de repente, dejó de pensar en sus dedos meñiques y tan sólo comparaba en su cabeza todas sus imágenes del bus, con la que tenía al frente, y no estaba decepcionada. De una diminuta ventana al lado de la trompa apareció el secretario y chofer, con su gorra de conductor oficial saludando a la multitud. Todos gritaron y se abrazaron emocionados, la papayera tocó las mejores canciones de la región, mientras todos subían al bus, pagando 30 centavos de peso para poder disfrutar de la gran atracción.

El bus tuvo que hacer mas de 15 vueltas alrededor de la plaza para subir y dejar pasajeros, deseosos de entrar a la gran lata blanca y roja. Lilia subió cuando ya los mas grandes habían dejado espacio para que las mujeres y los niños tuvieran su oportunidad. Saltaba de un lado a otro mirando hacia fuera y saludando a los que estaban en la calle. Después de tres minutos, el bus llegó a su lugar de partida y todos bajaron para darle la oportunidad a los otros cincuenta y dos paisanos.

El alcalde dio por iniciada la fiesta y las botellas de aguardiente y chicha se destaparon con el ritmo de la cumbia, el joropo y la guabina.

Ya para las ocho de la noche, en el bus sólo quedaban unos pocos ebrios gastando sus últimos centavos en otra vuelta a la plaza. La papayera ya había dejado de tocar y Lilia estaba en casa, descalza y con ampollas en los dedos meñiques, contándole a su mamá por octava vez cómo ellas dos habían hecho la fila y habían subido y ella le había dado al señor chofer sesenta centavos, y le había dicho “va exacto, señor chofer”, y su mamá, conciente de que ella también había estado ahí, la oía por octava vez con una sonrisa en la cara y con gestos de sorpresa y alegría.