jueves, marzo 23, 2006

Hormigas


Camino con la cabeza baja y empiezo a bajar las escaleras. Llevo los libros en mi mano izquierda mientras que en la derecha sostengo el primer cigarrillo del día. Miro tan bajo que a duras penas alcanzo a ver lo que hay en mi siguiente paso, y sigo absorto en pensamientos tan lacónicos e inútiles que no logro recordar. Mis zapatos. Es lo único interesante y colorido que logro ver, como si mis ojos fueran a dolerme si miro al horizonte, como si no quisieran descubrir el caos que puede haber al frente mío. Estoy a punto de terminar de bajar las escaleras y mis pies se encuentran de repente con otros pies y a duras penas logro ver esto cuando tropiezo con esta niña que me hace apagar el cigarrillo contra la pared y a ella se le revuelcan las gafas en su cara. Durante unos 3 segundos nos quedamos mirando, y sin decir una palabra logro hacer entender mis disculpas y acepto las de ella. Miro al piso y empiezo a andar. Pero ella dice

- No quiero ser una hormiga!

El comentario me deja inmóvil en la mitad del pasillo y volteo a mirarla para escudriñar en su cara algo de lógica o algo de insecto. Ella sigue mirándome, pero ahora creo ver en su cara algo de tristeza, de nostalgia y dice de nuevo:

- No quiero ser una hormiga, de esas que tropiezan con la otra y simplemente siguen caminando. Por Dios! Somos humanos! ¿No deberíamos actuar como tales? Dejemos de ser hormigas! Dime algo.

La invito a un café, cosa que no hacen las hormigas y que creo hará superar su crisis de fobia a estos insectos. Ella habla de su vida, su exnovio, su trabajo y la carrera que habría querido estudiar, y la que estudió, y sus padres y su casa y su arriendo y su carro y la pantalla de su pc que acaba de explotar y que tiene que comprar otra.

Hablo entonces yo, del clima, de mi carrera, del trabajo que no consigo, de mi increíble obsesión con la playa, del alcohol, de los amigos, de mis papás, de la tinta de mi impresora que vuelve las hojas negras y la pintura de mi cuarto, que aún no he terminado.

El café termina y nos quedamos ambos absortos con las tazas vacías, mirándolas como si ellas por compasión a nosotros fueran a llenarse de nuevo. Yo me acomodo en mi silla, ella se acomoda sus gafas de nuevo. Nos paramos sin hablar, caminamos unas 4 cuadras empecinados en mirar nuestros zapatos. Ella habla de qué tarde se ha hecho, ya son las 9 de la mañana y yo pienso que hasta ahora sólo llevo un cigarrillo y que quiero otro, me pregunta para dónde voy y yo le respondo: para el cementerio. Ella hace un gesto con su cara y me desea buen rumbo, mientras que me comenta alejándose que ella tiene que abrir su vivero y que tiene que andar un poco de prisa.


Somos hormigas parlantes. Por eso a veces, cuando nos tropezamos con otras duramos un tiempo para dejarnos ir, pero al fin y al cabo ella seguirá con su vida y su pantalla explotada y yo seguiré con la mía y mi impresora dañada, sin que realmente nos importe. Cada uno cargará su pedazo de hoja y tropezará con otros que también lo hagan, pero a diferencia de las hormigas, tomaremos café y elegiremos carreras y buscaremos trabajo y podremos decir de vez en cuando "no quiero ser una hormiga".