miércoles, septiembre 17, 2008

El Bus (1)


Lilia lo oyó de su padre. Ya las mulas llevaban cuatro días de viaje y tan sólo les faltaban otros tres para llegar a San Antonio con la primera parte. El alcalde había decidido subir un poco más algunos "impuestos" para poder llevar a cabo la hazaña y que su nombre se recordara por siempre en el pueblo, como el hombre que llevó el primer bus a San Antonio.

San Antonio quedaba a 63 kilometros de Ibagué, la capital del Tolima, de donde venían las mulas. Para llegar a San Antonio, el viajero debía apearse a un caballo y andar a través de pequeños pasajes en el medio de la selva durante unos tres días. Pero esta vez, las mulas se demorarían una semana por viaje, ya que transportaban partes de un bus a cuestas.

San Antonio no puede ser ajeno al mundo tecnológico y a los avances de la ciencia. Este bus nos traerá seguramente muchas cosas buenas. El transporte animal quedará en nuestro recuerdo y las cosas serán mucho mejores. Lilia oía a mucha gente de San Antonio hablar sobre el bus, y sobre el gran día en que los ingenieros vendrían a San Antonio, reunirían todas las partes de la máquina y durante varios días se encerrarían con los pedazos de metal para después entregarle al pueblo un bus de pasajeros con capacidad para treinta y dos personas, sin contar el puesto del chofer, que sería Ernulfo Pedraza, el hijo de Santiago Pedraza Perdomo, el maestro de la escuela. Ernulfo estaba siendo capacitado para que, de ser necesario, pudiera desarmar y armar de nuevo el bus en la ausencia de los ingenieros, ponerle el combustible, cambiar las llantas (llevarían doce llantas de repuesto desde la capital y se guardarían en la estación de policia), aprender a manejar, dar reversa, abrir y cerrar las puertas, encender las luces, apagar las luces, pitar, saludar y despedir a cada uno de los pasajeros, parquear el bus en la estación de policía, entre otros. Ernulfo recién había cumplido los dieciocho años y ya era una gran persona importante en San Antonio. Era el director y único funcionario de la secretaría de Transporte del pueblo. Santiago, su padre, no podía sentirse más orgulloso de su hijo.

Lilia no dejaba de preguntarse qué forma tendría un bus. Nunca había visto uno y tampoco había visto ningun dibujo de alguno. Sería redondo? Sería rojo? o verde? Ojalá fuera verde, pensaba, porque ese era el color que más le gustaba a ella. Cada domingo, después de misa de ocho, se quedaba en la plaza, sentada al lado de la estatua de Simon Bolivar para esperar a que llegaran las mulas con otro pedazo del bus, sólo para darse una idea de cómo era. Pero los pedazos eran tan extraños, que la confundían más. A veces eran redondos y pequeños, a veces eran tubos largos y delgados, con nombres raros que le causaban gracia, y se preguntaba cómo la gente iba a andar encima de esas cosas tan feas y duras.

1 comentario:

Irving Moncada dijo...

Joriginchi, esto está bueno, espero la continuación.